Caravana infernal: Un cortejo fúnebre a los tiros hasta el cementerio de Moreno

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La muerte de un delincuente adolescente desató un pandemónium en Trujui. Amenazas a vecinos, la zona copada por malvivientes y un cortejo fúnebre a los tiros por las calles de Moreno.
Leonardo David Moraes tenía 17 años. En la noche del viernes 27 de noviembre intentó, junto a sus cómplices, asaltar a un vecino en el centro de Moreno en el cruce de las calles Libertad y Rivadavia. La maniobra fue advertida por un Policía que vestía de civil. El tiroteo fue infernal. Moraes recibió un impacto en el hemitórax derecho. Fue abandonado por sus compañeros en el ingreso a la guardia del hospital Mariano y Luciano de la Vega. Ya estaba muerto.
El cadáver fue remitido a la morgue judicial de Lomas de Zamora. El lunes 30 de noviembre fue entregado a sus familiares. Y allí comenzó una historia paralela, llena de odio y rencor. Donde la marginalidad más oscura se hizo presente, ante la impasible mirada del Estado.
Velatorio
La primera muestra de esta situación rayana con lo más grotesco comenzó con amenazas al dueño de una tradicional casa velatoria de la localidad morenense de Trujui. El protagonista sería familiar directo de Moraes. El adolescente vivía en el barrio Mariló, aunque tendría domicilio legal en Catonas. El empresario mortuorio se negaba a realizar el servicio, por dos razones de peso. La primera era que no había el suficiente dinero para cubrir los costos por parte de los deudos de la víctima -aunque luego se habría conseguido el monto exigido- y el segundo, aún más determinante, temía la masiva presencia de delincuentes y que derivara en un trance violento. Finalmente, aterrado, cedió y los restos mortales de Moraes llegaron al lugar.
Sus amigos comenzaron a congregarse. Las botellas pasaban de mano en mano, el porro transitaba jóvenes dedos y se humedecían en ajados labios, los «fierros» apretaban las ingles. No había recato, solo la muestra de una fuerza bestial no encausada, a punto de estallar. Un ritual pagano con anclaje en la más dura realidad.
«Homenaje»
Inmediatamente conocida la muerte de Moraes, las redes sociales sintieron el impacto. Desde los más conservadores y arcaicos comentarios (aunque también clara muestra del hartazgo de una parte de la sociedad ante la indefensión que soportan) hasta aquellos que ensalzaban la vida de este adolescente, cuyos pasos en el último tramo de la vida siguieron el camino de la delincuencia más virulenta.
A Leonardo David Moraes lo conocían como Nando Stunt. Desde hace poco más de dos meses los investigadores policiales -y las crónicas periodísticas del mismo tenor- lo tenían como un posible protagonista de varios hechos sangrientos. Parte de sus amigos alimentaban este rodaje marginal. Y el triste mito crecía, con admiración, sin presagiar que el final estaba a la vuelta de la esquina.
«Balas para los gorrudos», en medio de los más variopintos insultos, referían sus contactos en Facebook. Hablaban de valentía, de arrojo, de ir al «frente». Era un pibe chorro enquistado en un conurbano oscuro, donde solo llegaron gotas del derrame de un Estado de bienestar que vocifera salir de una «década ganada» y tiene como bandera la conquista de derechos sociales para el sector más humilde, pero sin la presencia real en el territorio. Ese mismo Estado que no garantiza que los vecinos comunes de los barrios, tan o más humildes que estos delincuentes de cabotaje, puedan vivir con la tranquilidad de viajar de madrugada a sus trabajos sin el temor de ser asaltados. O que los chicos que van a las escuelas sufran cotidianamente los robos. O que los colectiveros, que son golpeados por estos «pasajeros» y amenazados con armas blancas o de fuego, puedan circular en paz. Esos vecinos, estudiantes, trabajadores, entre muchos otros, son los objetivos de estos pibes chorros. No hay coraje, simple cobardía.
Sangre y fuego
La primera noticia que tuvimos, y que mencionaba a un tal Nando, reflejaba un violento choque sobre la Avenida Néstor Kirchner (ex Roca) y Lincoln, cuando un Fox blanco embistió de atrás a un micro de larga distancia que se encontraba parado en el semáforo. 20 metros movió el automóvil al colectivo. Este dato da muestras de la fuerza del impacto. Quien conduciría el Fox sería Nando. Hubo heridos. En el coche viajaban al menos seis personas. Regresaban de un boliche de la zona de San Miguel. Sucedió durante la madrugada del domingo 4 de octubre.
Leandro Redondo tenía 29 años y era efectivo de la Policía Local de Moreno. El martes 10 de noviembre fue baleado en el asentamiento de Villanueva. Murió en la calle y su cuerpo fue arrastrado a una destartalada casilla que funcionaba como aguantadero. Redondo habría ido hasta el lugar para comprar drogas. Desavenencias con los transas terminó con su vida. En la madrugada del miércoles 11 de noviembre se produjo una detención. Se trataría de un menor de 17 años, quien también estaría indirectamente vinculado al asesinato de una beba de casi dos años, muerte que se produjo el pasado domingo 11 de octubre. El homicidio de Aldana Domínguez se produjo cuando dos delincuentes atacaron a los tiros la casa familiar, donde también se vendería drogas y el padre de la nena sería un conocido «transa» del barrio Villanueva. Pero este adolescente no actuó solo. Las fuentes consultadas insistían en mencionar que el otro participante de este hecho era Nando, aunque no había pruebas suficientes para ordenar su detención.
El domingo 22 de noviembre, en horas de la tarde, se produjo un grave incidente en el dique Roggero. Un adolescente baleó a otro joven. Tres plomos calientes atravesaron el cuerpo de la infortunada víctima, que pese a la gravedad de las heridas, salvó su vida. No hubo detenidos, aunque nuevamente el mismo apodo se escuchó, señalándolo como el autor del ataque: Nando.
Los rumores indican que al menos este joven Nando tendría en su haber dos o tres homicidios más. No pudieron ser confirmados porque los expedientes judiciales poco avanzan cuando las víctimas son humildes y aún más cuando son adolescentes. Se barre bajo la alfombra. Las familias que perdieron a su ser querido quedan aterrorizadas, no presionan sobre las investigaciones y de esta manera evitan alguna represalia ante posibles acusaciones. Las causas acumulan polvo antes de ser archivadas.
Cortejo infernal
A mediodía del martes 1º de diciembre salió el cortejo fúnebre desde Trujui. Medio centenar de motos y dos colectivos abarrotados de gente acompañaron a los dos vehículos que transportaban a los familiares de Nando. Encabezando la triste marcha iba el féretro del joven Moraes.
El ritmo de la caravana las marcaban las detonaciones de las armas de fuego. Quienes transitaban por la Ruta 23 dejaban el paso libre, entre asombrados y atónitos. Los móviles policiales custodiaban, a una distancia prudencial. Había orden de dejarlos pasar, para evitar un enfrentamiento que podía derivar en una masacre. El trepidar de las radios policiales era frenético.
En un tramo del trayecto, uno de los patrulleros se vio rodeado de jóvenes en moto. Los amenazaban verbalmente. Los oficiales se hundieron en impotencia, respetando las directivas impartidas por sus superiores. Hubo denuncias de robos, mientras el cortejo avanzaba. Las víctimas habrían sido transeúntes y comerciantes.
La entrada al cementerio municipal de Moreno fue caótica. Los empleados comunales entraron en pánico cuando advirtieron que el cura, que oficia las ceremonias religiosas a pedido de los deudos, había desaparecido. Ahora rogaban ellos a todos los dioses que se les venían a la cabeza que no solicitaran el servicio. No lo hicieron. Averiguaron donde descansarían los restos mortales e ingresaron al predio.
El entierro se realizó en medio de muestras de dolor y rabia. Un sudor frío recorría la espalda de los sepultureros. Entre gritos de «Muerte a la Yuta», los disparos sonaron y retumbaron contra las paredes perimetrales del camposanto.
Esta situación vivida no tiene precedentes en Moreno. Pasó casi inadvertida, menos para aquellos que la padecieron. Pero no hay que obviarla. No debe volver a repetirse. El Estado no puede mirar para otro lado. El miedo no debe apoderarse de la sociedad. El distrito no puede convertirse en una enorme zona liberada por acción u omisión del poder político, que debe garantizar la seguridad de sus ciudadanos.