El ceño fruncido, las cejas tupidas. La mirada severa que adivinaban en la penumbra. Noche de lluvia. Arquímedes Puccio que le tiende el revólver a Roberto Oscar Díaz. Díaz, con objeciones y temeroso, cumple la orden y dispara. Tres balazos atraviesan la cabeza de Eduardo Aulet, cuyo cuerpo cae de costado en una fosa ya cavada con esmero y no poco esfuerzo. El monte del hospital Vicente López y Planes de General Rodríguez iba a ser la tumba del joven ingeniero durante más de cuatro años.
El secuestro
Eduardo Luis Aulet fue secuestrado en el barrio porteño de Recoleta, en la esquina de Avenida del Libertador y Austria, cerca de las 7.45 de la mañana del jueves 5 de mayo de 1983. Una dictadura en retroceso abría, con desgano, el juego democrático.
Aulet viajaba hasta la fábrica metalúrgica que poseía su familia en el partido de Avellaneda. Manejaba una coupé Ford Taunus. El operativo que terminó en su captura fue limpio. El entregador habría sido Gustavo Contemponi, un amigo de la familia de Aulet. Él habría sido quien hizo señas para que Eduardo Aulet se detuviera cuando se dirigía a la empresa. Subió al auto junto a Guillermo Fernández Laborda. Tras circular unos metros, Fernández Laborda sacó un arma y obligó a Aulet a desviarse del camino. Después asumió la conducción de la coupé y se dirigieron a San Isidro.
Eduardo Aulet era ingeniero industrial, se había recibido en la Universidad Católica Argentina. Poco tiempo antes se había casado con Rogelia Pozzi, una joven abogada. Jugaba al rugby en el club Lasalle. En el torneo de la URBA había conocido a Alejandro Puccio. Su padre Florencio tenía un buen pasar, y Eduardo había sido criado con comodidades. Su destino en la casona de San Isidro fue un armario en el despacho de Arquímedes Puccio. Un alojamiento insoportable.
La tortura psicológica
El primer llamado extorsivo lo recibió Florencio Aulet cerca del mediodía. Ya había sido advertido por los empleados de la fábrica que Eduardo no había llegado a la hora habitual. Una voz en el teléfono le anuncia que su hijo había sido secuestrado. Habló de su buen estado de salud y que el operativo lo había realizado una organización guerrillera denominada Ejército de Liberación del Pueblo. La exigencia para su liberación era alta: 350 mil dólares.
El psicópata psicopatéa. Es propio del desorden mental que sufre. La voz en el teléfono es la de Arquímedes Puccio. Disfruta la situación, del sufrimiento de la familia, del poder ante la incertidumbre más cruel. Dejó en claro que no dieran aviso a la Policía. No lo hacen. Entre llamados y notas escritas a máquina los pasean por la ciudad de Buenos Aires y el conurbano inmediato. Florencio Aulet guarda las notas: serían claves después, mucho después.
Al cuarto día los contactos se interrumpen abruptamente. Los secuestradores habían bajado las pretensiones a 200 mil dólares y habían entregado una prueba de vida: dos notas manuscritas de Eduardo Aulet.
Pasó una semana. La desesperación se había adueñado de la familia Aulet, quienes temían por la salud de Florencio, ya que sufría una afección cardíaca, además de la suerte de Eduardo. La entereza de Rogelia Pozzi se iba a hacer fundamental.
La última llamada brindó precisiones sobre un sistema de postas que iba a llevar a Pozzi, junto a su padre, a recorrer toda la ciudad. Tres horas terribles. La última indicación señalaba un lugar en Lanús, cerca de las vías del tren, donde debían dejar el dinero y allí se reencontrarían con Eduardo. El botín era de 100 mil dólares.
El dinero desapareció y Aulet nunca volvió.
Finalmente la familia Aulet denunció su secuestro. En el marco de la dictadura militar, la desaparición de Eduardo Aulet fue incorporada por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en el informe denominado como «Nunca Más». Su legajo, por desaparición forzada, es el 976. En aquellos oscuros tiempos era una presunción lógica.
Cae la banda
El 23 de agosto de 1984, frente a la cancha de Huracán, en Parque Patricios, la Policía detiene a Arquímedes Puccio, a Guillermo Fernández Laborda y a Daniel «Maguila» Puccio. Posteriormente allanan el caserón de la esquina de Martín y Omar y 25 de Mayo, en San Isidro. Allí aprehenden a Alejandro Puccio y a su novia. Y liberan a Nélida Bollini de Prado, una empresaria funeraria ya mayor. La banda había pedido un rescate de 500 mil dólares. Estuvo 32 días secuestrada.
Posteriormente cayeron Victoriano Franco (un militar retirado con vínculos en la Triple A, al igual que Arquímedes Puccio), Roberto Díaz, Gustavo Contemponi y Herculiano Vilca.
La jueza a cargo de la investigación, María Romilda Servini de Cubría, citó a Rogelia Pozzi. Pozzi escuchó la voz de Arquímedes Puccio. No tuvo dudas que se trataba de la misma voz que le daba indicaciones por teléfono hacía poco más de un año atrás. Pero no había pruebas en contra de Puccio por el secuestro de Eduardo Aulet.
El quiebre
Pozzi recibió un dato. El mismo indicaba que además de su esposo, la banda de Puccio había secuestrado a Ricardo Manoukián. Fue el primer hecho en el que operó la gavilla de delincuentes. Manoukián había sido capturado el 22 de julio de 1982. Su cadáver apareció meses más tarde en Benavidez.
El expediente era tramitado por el entonces Juez Federal de San Isidro Alberto Piotti. Rogelia Pozzi pide al Juez (había sido su profesor en la universidad) los cuerpos de la causa. Allí encuentra las notas escritas a máquina que recibió la familia Manoukián. Las impresiones tenían el mismo defecto que los papeles entregados a Florencio Aulet, una irregular letra «n». Los peritos confirmaron el hallazgo.
Inmediatamente Piotti ordenó el traslado de Roberto Oscar Díaz. Compareció por más de 12 horas. Finalmente se quebró y relató con lujos de detalles la suerte de Eduardo Aulet.
El monte del hospital
Díaz contó que Aulet fue llevado con vida, aunque drogado con somníferos, hasta un bosque cercano al hospital de General Rodríguez. Calculó que fue entre el 9 y el 10 de mayo de 1983. Allí, Herculiano Vilca, un albañil boliviano que trabajaba para Arquímedes Puccio (incluso había reformado el sótano de la casona donde encerraron a Bollini de Prado) había cavado una tumba.
Vilca los esperaba esa lluviosa noche. Además de Díaz, estuvieron presentes Franco y Fernández Laborda. Puccio ordenó la ejecución. Díaz cumplió.
Ya era diciembre de 1987. Un aporte fundamental para dar con el lugar donde estaba el cuerpo de Aulet lo habría brindado un vecino. En aquellos momentos esa zona estaba prácticamente deshabitada. Este lugareño recordaba movimientos extraños unos cuantos años antes e indicó un lugar aproximado. El miércoles 16 de ese mes comenzaron las excavaciones con los peritos del Cuerpo de Antropología Forense a cargo de la operación. Dos días después, hallaron el cadáver, casi totalmente descompuesto. Vestía las ropas con las que había sido secuestrado. Fueron reconocidas por su viuda.
El Diario Acción, en su edición del jueves 7 de enero de 1988, refleja un informe de la morgue judicial «El doctor Manuel Raúl Montesinos y el doctor Enrique David, hicieron la autopsia judicial, comprobando que el fallecimiento se produjo por heridas de bala en el cráneo y en el cerebro. El cadáver en cuestión fue remitido por la Policía Federal, y se supone que sea el de Eduardo Aulet, de edad de 24 a 26 años, hallado a 500 metros de la Ruta 24, en General Rodríguez, provincia de Buenos Aires, el 18 de diciembre de 1987 a las 11.50 horas».
El cuerpo de Eduardo Aulet fue enterrado en el cementerio Británico días después del hallazgo. Rogelia Pozzi nunca visitó su tumba. Arquímedes Puccio recuperó su libertad en julio de 2008. Murió en la ciudad pampeana de General Pico el 4 de mayo del 2013. Nunca reconoció ninguno de sus terribles crímenes.