El viernes 31 de enero, alrededor de las 15, se produjo una balacera en el barrio La Catalina de Trujui. Como consecuencia de la misma, dos sujetos fueron asesinados. Desde el primer momento se sospechó de una disputa narco. La hipótesis se confirmó y hay tres detenidos. Destacado trabajo de la DDI y de la Fiscalía 4.
Calles polvorientas, sol abrazador. Las primeras horas de la tarde de un viernes con calor infernal. Mientras que en el centro de Moreno se vivía una jornada de protesta y represión frente a la municipalidad en reclamo por el asesinato del delivery Lucas Aguilar, en el barrio “La Catalina” de Trujui la alta temperatura se mitigaba con lo que se podía. Los nenes jugaban con agua, en una zona casi desforestada. El crecimiento demográfico en los últimos años fue explosivo. ¿El censo 2022? Muy lindo.
Las imágenes satelitales históricas son elocuentes y categóricas. A principios de la década pasada, casi un páramo yermo. En este 2025 una urbe con altísima densidad poblacional. Más se evidenció desde que terminaron las restricciones por la pandemia de coronavirus. Impresionante. Sin planificación alguna, las calles discurren como serpientes, sin traza recta. Se convierten en callejones entre los cuales autos medianos las transitan tocando los espejos retrovisores contra las paredes. Caminos inescrutables para los no iniciados.
Las casas, muchas veteadas del naranja de los ladrillos huecos y el gris de las losas y columnas, se construyeron a las espaldas del mayor “elefante blanco” morenense: El Plan Federal del barrio Villanueva. Las viviendas que se planificaron durante la gestión de Néstor Kirchner como presidente y Andrés Arregui como intendente están inconclusas. Este año soplan 20 velitas. Bonete, papel picado, piñata y matracas. Nada que festejar. ¿Quién bautizó a la nueva urbanización como “La Catalina”? Vaya uno a saber. Prendió y quedó escondida de los ojos indiscretos.
Hubo un intento de usurpación promediando los años 2000, cuando comenzó el movimiento de suelo para el Plan Federal. En realidad fueron dos. Uno fue exitoso y se conformó el entonces asentamiento de Villanueva, hoy consolidado como “Villanueva nuevo” (nombre casi cacofónico) y “El Reencuentro”. Era una cava, que fue rellenada y está contenido entre las calles Barker y Dalmaso Sánchez. Barker se convierte en Portugal desde Florencio Sánchez. Y en la intersección de Portugal y Lamadrid se produjo la toma frustrada, en terrenos propiedad de la curia. Son esos mismos predios donde diez años después nació “La Catalina”.
Los negocios “inmobiliarios” marginales son potestad de quienes muestran más músculos y mayor poder de fuego, haciendo gala de crueldades pequeñas y grandes. Es así. Muchos barrios del segundo y tercer cordón del conurbano nacieron de esta manera. “La Catalina”, pese a su lejanía de todo, no fue la excepción. Muchos de los habitantes de hoy adquirieron los terrenos a los usurpadores de ayer. Compra – venta, terrenito donde se negocian las medidas y adentro. A construir. En tu cara Catastro.
Muchos, muchísimos, llegaron con la buena intención de afincarse y prosperar con proyección a futuro. Es una zona privada. Privada de asfaltos, de establecimientos educativos, de salas de atención primaria, de una repartición municipal que atienda demandas básicas. ¿Agua corriente y cloacas? ¿Qué es eso? El Estado no reaccionó. Cuando levantó la cabeza se encontró con una ciudad. Hechos consumados. Los fondos limitan con el aeródromo “Mariano Moreno” de la Fuerza Área Argentina, que fue un centro clandestino de detención durante la última dictadura. También la base de los impresionantes Mirages durante los años 80. El ministerio de Defensa tuvo que luchar a brazo partido para evitar que le intrusen algunos sectores. Vecinos usan la punta más alejada de la pista de aterrizaje como un pasaje.
Y aquí está el huevo de la serpiente. Los espacios de Poder que unos no ocupan, lo ocupan otros. Y la ausencia del Estado permitió que germinara el crimen con algún grado de organización. Nada sofisticado, mucho lumpenaje. Brutales, feroces e impíos. Ni siquiera una cabeza clara para lograr un compromiso sinérgico con los vecinos sino el manejo territorial desde el terror.

En la tórrida tarde del viernes 31 del siempre eterno enero, alrededor de las 15, se escucharon al menos una decena de detonaciones de arma de fuego en la esquina de la calle Portugal y Cochabamba (bautizada así por los lugareños, no figura en mapa oficial alguno). Cuando los vecinos se animaron a asomar la nariz, hallaron dos cadáveres tirados, distantes uno del otro por unos 80 metros.
Hubo dos llamados anónimos al servicio de emergencia 911. Móviles del Comando de Patrullas de Moreno se hicieron presentes en el lugar. Inmediatamente llegó el secretario Martín Borgnia, dependiente de la UFI Nº 4 del Departamento Judicial de Moreno y General Rodríguez que comanda el Dr. Federico Soñora. El Dr. Borgnia lo hizo acompañado por el funcionario Dr. Francisco Lafalcé y se pusieron al frente de la investigación. Convocaron al Comisario Mayor Federico López, responsable de la DDI de Moreno y General Rodríguez. López arribó con una partida de la “Brigada”. Los detectives relevaron testimonios en el aterrado (y también harto) vecindario.
Las víctimas de este doble homicidio fueron identificados como Rito Alberto Giménez de 40 años y Franco Ismael Miltos de 20. Ambos con antecedentes penales. Giménez presentaba cuatro balazos: cráneo, oreja y los restantes en el brazo izquierdo. Miltos tenía dos orificios en el pecho. Los peritos secuestraron vainas servidas de una pistola calibre 9 mm. Fueron ejecutados.
Con paciencia y apoyados en las evidencias científicas, los investigadores realizaron una reconstrucción de los hechos. Giménez y Miltos intentaron “copar” el sector para la venta de drogas, dominado por una banda rival. No hay dudas de que llegaron armados, pero después de los asesinatos esos “fierros” desaparecieron. Fueron a integrar otro arsenal. No hubo voluntad de entregar el territorio pacíficamente. Primero balearon a Miltos y Giménez quiso huir. Preciso disparo desde 30 metros y remate en el piso. ¿Llegaron a tirar Miltos y Giménez? Nunca se sabrá.
En el transcurso del sábado, las autoridades lograron desentrañar el misterio. A la vuelta de la escena del doble crimen funciona un búnker de comercialización de estupefacientes. Un kiosco de drogas regenteado por una mujer. Un matriarcado. Las estructuras delictivas son más permeables a los cambios sociales, evidentemente. Un pesquisante, cultor sin dudas de la figura de Roberto Arlt y de sus “Aguafuertes” porteñas, la definió con ritmo, armonía y melodía del 2 X 4: “una aprendiz de cabecilla barrial de narcomenudeo”. Arrabales trujenses. Tenía dos “culatas”, dos soldados, dos ejecutores: Su pareja y su hermano.
Ya con la instrucción del expediente consustanciado, desde la UFI Nº 4 solicitaron dos órdenes de allanamientos y tres de detenciones al Juzgado de Garantías Nº 2, a cargo del Dr. Gabriel Castro. Las ejecutaron el domingo 2 de febrero en las últimas horas de la tarde. Las encabezó personal de la DDI apoyados por el Grupo Halcón.
El golpe fue preciso, casi quirúrgico. Fueron apresados los tres sospechosos. Marian Lorena Azuaga Peralta de 32 años es considerada la cabecilla. Su hermano Aldo Gabriel Peralta de 28 y su pareja Edgar Ignacio “Pikilo” Del Valle de 31, los laderos. Todos de nacionalidad paraguaya. Secuestraron una docena de envoltorios de cocaína. E incautaron una moto, con la que se habrían movilizado los ejecutores el día del ataque.

Todos los aprehendidos fueron alojados en los calabozos de la Comisaría 2º de Moreno (Trujui). El martes fueron trasladados a la sede fiscal. Asistidos por un abogado particular, que los asesoró de manera conjunta, se negaron a declarar. Quedaron imputados por el delito de “doble homicidio agravado por el concurso premeditado de dos o más personas y por el empleo de arma de fuego”.