Es un intruso, una especie rebelde que amenaza a la productividad. El llamado “arroz maleza” se convirtió, desde los años ’70, en un verdadero dolor de cabeza para los productores argentinos. También conocido como “arroz rojo”, la especie puede causar pérdidas de hasta el 80 por ciento en los rendimientos del arroz cultivado. Y todo porque se parece mucho a la planta “original”, le quita nutrientes, agua y espacio y puede arruinar la cosecha.
Ahora, una investigación reciente del CONICET, el INTA y universidades nacionales, junto a colegas internacionales, demostró que este arroz maleza, además, es resistente a un tipo de herbicida en particular.
“El hecho de que la mayoría de las poblaciones de arroz maleza que estamos caracterizando sean resistentes al herbicida de la familia imidazolinonas le agrega un grado de complejidad. Nos habla de que no se pueden seguir usando las mismas prácticas de cultivo”, advierte a la Agencia CTyS-UNLaM la doctora Gabriela Auge, una de las autoras del trabajo e integrante del Instituto de Agrobiotecnología y Biología Molecular (INTA-CONICET).
Para poder trabajar en este primer reporte en Argentina de resistencia en esta maleza, los grupos de investigación evaluaron 103 variantes en Santa Fe, Corrientes, Chaco y Entre Ríos. Además, llevaron a cabo un análisis genético de la especie. El objetivo era comprender cuál mutación era la causal de esta resistencia hacia los herbicidas.
Los resultados arrojaron que el 62 por ciento de los biotipos de maleza en el noreste del país eran resistentes al herbicida. De estos, 64 biotipos fueron resistentes, 13 susceptibles y 26 mostraron una mezcla de plantas resistentes y susceptibles.
“Podríamos decir que esa maleza, al cruzarse con los cultivos de arroz, se quedó con lo mejor de los ‘dos mundos’. Por un lado, con la resistencia del cultivo hacia los herbicidas, y, por el otro, con los caracteres silvestres, que le permiten adaptarse al entorno”, resume Auge, doctora en Biología Molecular y Biotecnología.
Identikit de una especie problemática
Cuenta Alejandro Presotto, científico de la Universidad Nacional del Sur y primer autor del trabajo, que en realidad el arroz maleza “es la misma especie del arroz de consumo, pero que se ‘asilvestró’”. “Es algo que pasó muchas veces en la historia de la domesticación del arroz, que vuelve a tener caracteres salvajes. De hecho, hay arroz maleza en todos los lugares del mundo donde se siembra arroz”, explica el investigador del CONICET a la Agencia CTyS-UNLaM.
¿Por qué es tan difícil de controlar? “Para empezar, luce exactamente igual que el arroz -responde el científico-. Compite con el arroz, le saca recursos. Además, los caracteres que recuperó gracias a retornar al estado silvestre hacen que las semillas caigan al suelo y se perpetúen los ciclos de germinación”.
Otro de los ejes interesantes para trabajar es el origen de este arroz maleza. “Los primeros registros, al menos en Argentina, datan de la década de 1970. Lo que pudimos determinar es que, en el caso del arroz maleza local, no evolucionó a partir de cultivos de acá, sino que fue introducida al país. Todavía no sabemos bien desde dónde y cómo entró, pero sí que se expandió rápidamente”, aporta Auge.
Este último punto fue una de las cosas que más sorprendió a los investigadores: la velocidad con la que el arroz maleza “aprendió” a resistir. Al analizar las poblaciones resistentes, descubrieron que esa resistencia no apareció de la nada. Vino directamente de los cultivos comerciales de arroz que ya estaban preparados para soportar ciertos herbicidas.
En 2005, por ejemplo, se sembraron en Argentina las primeras variedades de arroz resistentes, pero apenas ocupaban una pequeña superficie. Sin embargo, solo diez años después, en 2017, ocho de cada diez plantas de arroz maleza ya habían incorporado esa resistencia. Es decir, en una década el “intruso” tomó prestada una ventaja genética del cultivo y la multiplicó a gran velocidad.
Una fuente de información para productores y actores del campo
La Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) tiene, entre varias de sus herramientas, un registro de malezas, para alertar sobre los impactos de estas especies en el rendimiento de las cosechas. La investigación llevada a cabo por los equipos aporta información clave para ese registro sobre este arroz maleza y su ya probada resistencia al herbicida.
“La idea es trabajar también en torno a alternativas de manejo y de cultivo. No se puede simplemente cambiar de herbicida. En Brasil habían generado cultivares resistentes a otros tipos de herbicidas, y unos años después se encontraron con que las malezas eran, también, resistentes a los mismos herbicidas”, alerta a la Agencia CTyS-UNLaM María Crepy, investigadora del INTA de Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
Entre las posibles opciones, está la de alternar con plantaciones de soja, hacer uso de cultivos de cobertura entre ciclos, o incluso usar los campos para ganadería. “En estudios previos se demostró que las semillas del arroz maleza duran al menos un par de años en el suelo. Si se hiciera una rotación con ganadería o con otro tipo de cultivo, podríamos lograr bajar el impacto -suma Crepy, también integrante del trabajo publicado-. Claramente no hay una única solución, se debe pensar el control de una forma integrada. Y también depende mucho de la disponibilidad y recurso de los productores”.
Preguntas a futuro sobre el arroz maleza
Los resultados del trabajo son el punto de partida para las líneas de trabajo que se abren. Entre otras cuestiones, desde el grupo del INTA están haciendo modelos de emergencia junto a investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA y ensayando prácticas agrícolas alternativas, que incluyan riego alternativo y el estudio de persistencia de bancos de semilla en el suelo.
Otros de los trabajos a futuro son la articulación con científicos de Santa Fe, para indagar sobre las relaciones bióticas y presencia de insectos. También con investigadores del área de las Sociales, para determinar, a partir del estudio en archivos, el momento exacto de la introducción de arroz maleza.
“Logramos formar un equipo de trabajo fantástico, eso es clave para que el proyecto avanzara -relata Auge-. El proceso de investigación termina siendo, además, una fuente de información invaluable para entender la ecología de malezas, comprender cómo se expanden en una región productora, cómo evoluciona la adquisición de resistencias”.
Agencia CTyS-UNLaM – Nicolás Camargo Lescano